viernes, 11 de septiembre de 2009

PRIMERA EXPERIENCIA


PRIMERA EXPERIENCIA COMO DOULA EN PARTO EN CASA

Son las 11 de la noche, estoy sola en casa con los niños, Toni se ha ido a Barcelona a ver un concierto de AC/DC. Los peques acaban de dormirse tras un buen rato de risas y saltos sobre la cama. Suena el móvil, me asusto pensando que es Toni, pienso que les puede haber pasado algo. Pero no, no es Toni, es María, que me dice que por fin el parto ha empezado, que todo es muy leve, pero que se vienen ya para Castellón para no ir corriendo. (María es una gran amiga que ha decidido tener a su segunda hija en un parto domiciliario y como las situación en su domicilio actual no es apta para ello, va a parir en un piso que les deja un familiar para la ocasión a 60 km. de donde ella vive y para suerte mía, al ladito de mi casa).

Me pongo a pensar que hago con los niños y de todas las opciones que se me ocurren, la mejor que considero es que se venga la señora que les cuida normalmente a pasar la noche en mi casa. La llamo y no tiene problema (Gracias Amelia). Mientras ella llega, preparo los almuerzos para los niños para el día siguiente, preparo la ropa que se pondrán para ir al cole y me ducho.

Llega Amelia y me voy entre emocionada y nerviosa hacia donde va a parir María. Llego y la encuentro encima de la pelota en la habitación que ha escogido para parir, a oscuras balanceándose apoyada en una silla. Le doy un abrazo y un beso y la veo lúcida. Me comenta que ella cree que va para largo. Se la ve tranquila y Jose también lo está. Al poco llegan Helena (la matrona) y María su hija (si, en este parto hay dos Marías, y alguna vez llevó a alguna confusión graciosa) que viene como auxiliar, escuchan el latido e Irene está perfecta, le hace un tacto a María y se ve que sólo ha borrado cuello. Está en preparto.

Helena y María (hija) deciden irse a descansar a casa y nos dicen que ante cualquier cambio las llamemos. Decidimos descansar los tres, yo me tumbo en el sillón, María y Jose en la cama de matrimonio. Oigo como María tiene un par de contracciones en la cama y se levanta, dice que ahí no las aguanta, y vuelve a la habitación donde está la pelota. Tras unas cuantas contracciones más en la pelota, me levanto y le pregunto si le apetece que le haga masaje. Me dice que todavía no, que todavía no duelen demasiado, pero que le llene la botella de agua que se le ha acabado. Se la lleno y vuelvo al sofá.

Pasamos así la noche, ella en su pelota con sus contracciones, yendo y viniendo al baño, Jose apareciendo y desapareciendo en la habitación donde está María y yo llenando la botella de agua. Empieza a amanecer y parece que las contracciones se hacen más intensas y más continuas. Bajo la persiana de la habitación donde está María para que no le entre la luz del día. Jose llama a la matrona y le comenta como ha cambiado la situación. A la media hora llegan y vuelta a escuchar el corazón y sigue perfecto y de nuevo reconoce a María y la cosa no ha cambiado mucho desde anoche. Cuando oigo esto, le comento a la auxiliar que está conmigo que me voy a salir un rato a la calle para despejarme y tomar un café. Reconozco que me desilusiona la noticia, esperaba que todas esas horas en la pelota con contracciones habrían dilatado algún centímetro. Pero bueno, ahora están Helena e hija allí, así que me voy tranquila a desayunar y a despejarme.

Llego a una cafetería cercana y me pido un café con leche y un donut, me siento cansada, nerviosa, y me da rabia no poder ayudar de ninguna forma a María. Al poco me suena el teléfono, es la hija de Helena y me dice que vienen a desayunar conmigo. Pienso que vendrán Helena y su hija, pero no, al rato aparecen allí ellas dos y María y Jose.

Mi amiga lleva una cara de circunstancias, está entre cansada y enfadada con el mundo. Tiene algunas contracciones mientras desayuna, que las lleva bien soplando. Me pregunta si la gente notará mucho que está de parto y yo le digo que no se preocupe, que todas las embarazadas resoplan.

Terminamos de desayunar y Helena piensa que les irá bien pasear por algún sitio donde no haya mucha gente, mientras ellas se van para casa hasta nuevo aviso. Acompaño a Jose y a María a un parque que conozco que es muy grande y muy solitario y allí les dejo. Yo me voy para mi casa a descansar y a ver como va mi familia. Acuerdo con ellos que en cuanto me necesiten me llamarán.

Llego a casa sobre las 10 de la mañana, Toni llegó de madrugada y está durmiendo. Los niños están en el cole. Despierto a Toni, hablo con él y decidimos que hoy le diremos que no venga a Amelia ya que la noche la ha pasado en nuestra casa y Toni no va a ir a trabajar y así se ocupará de los niños. Se hace la una y vamos al cole a por los niños. Desde el cole se ve el edificio donde están María y Jose y me pregunto como estarán, pero no les llamo ni nada, quiero dejarles intimidad. Volvemos para casa y paso por la panadería y compro algunas cosas que pienso que le pueden apetecer a María después de tantas horas de parto. Comemos y descansamos un poco en casa.

Ya son las 4 de la tarde y no se nada de mi amiga. Llamo a María (la hija de la matrona) y le pregunto si ellas tienen noticias. Me comenta que su madre está pasando consulta, pero que en cuanto sepan algo me llaman. Mando un mensaje a Jose y le pregunto como van y que si necesitan algo ya saben. Jose me contesta “Seguimos igual, en media hora llamo a la matrona y te digo algo” al rato me llega otro mensaje en el que Jose me dice “Si quieres vente un rato”.

Dejo a los niños y a Toni en casa y me voy hacia allá. Por el camino voy nerviosa, imagino que María a estas horas ya no debe estar muy animada y no se que voy a hacer para darle un poco de energía. Por el camino me llama Helena y me dice que si ya voy para allá, le digo que si, que estoy a punto de llegar. Me comenta que el parto se está alargando, que hay algo que bloquea a María que no la deja continuar. Me pide que hable con ella, que trate de quedarme con ella a solas, y que consiga hacerle verbalizar eso que la bloquea, que sería bueno que María llorase o gritase, pero que se desbloquee. También me comenta que vamos a tener un rato para estar a solas, pues le ha dicho a Jose, que cuando yo llegue, él se vaya a dar una vuelta y se despeje un poco. Helena y su hija vendrán en una hora más o menos.

Uf, ahora si que me he puesto nerviosa, a ver como consigo hacer ese click en María que le permita continuar con su parto. Llego al portal, respiro hondo varias veces para tratar de estar lo más tranquila posible y subo.

María está en la bañera y Jose está echándole agua por la barriga con un cacito. Paso, los saludo y comento con Jose que el va a salir a comprar algunas cosas y yo me quedaré con María. Se va Jose y nos quedamos las dos solas. Veo que María no está cómoda del todo, pues el borde de la bañera es demasiado duro para apoyar la cabeza, así que recuerdo mi parto y que la matrona me enrolló una toalla a modo de almohada para apoyar la cabeza en la bañera y hago lo mismo. María lo agradece y veo como se relaja entre contracción y contracción, creo que se duerme incluso. Yo le voy echando agua calentita por la barriga y por el hueco que queda en la zona de los riñones. Las contracciones en la bañera son muy fuertes y María se tensa mucho, pero veo que entre contracción y contracción descansa muy bien.

En un rato llega Jose, María decide salir ya de la bañera, la ayudamos y vamos a la habitación y ella vuelve a su pelota. Comienza a lamentarse, me dice que no sabe que está haciendo mal, que con su primera hija (parto en Holanda domiciliario), a estas horas ya había parido. Comenta que ya ve que va a acabar en el hospital, después de todo lo que han organizado para hacer esto posible, además teme que quienes no la apoyaron en esta decisión, le digan el tan temido “por no hacerme caso”.

Le digo que no se culpe y que trate de buscar que es eso que la bloquea y no la deja avanzar. María rompe a llorar y dice que ella cree que Irene no quiere nacer, porque no ha sido un embarazo buscado y además que con todo el trabajo que da el criar a Ruth (la hija que ya tienen), no han podido hacer caso a la barriga, no le han podido hablar y se lamenta y dice que seguro que Irene no les quiere conocer. Llora, yo la abrazo en silencio. Jose se incomoda y le dice a María que se tranquilice, yo le digo que es mejor que llore, que la deje desahogarse. María le recrimina a Jose que él también tiene parte de culpa, que él tampoco le ha hecho caso, que no se ha volcado como con el primer embarazo. Sigue desahogandose y ahora se lamenta de que tampoco van a poderle prestar la atención que le prestaron a la primera hija “Pobrecica, pobrecica” repite María entre lágrimas.

Poco a poco se va calmando, vienen unas cuantas contracciones bastante potentes. Ya serán las 6 o 6 y media de la tarde. Suena el timbre, salgo a abrir, llega Helena y su hija y les comento que María ha llorado un rato y que también ha estado en la bañera. Helena me explica que ahora van a tratar de tranquilizar a María, que le tomarán la temperatura, la tensión, escucharán a la bebé y cuando ella vea que todo está bien, se relajará. Yo me salgo de la habitación y espero en el comedor. Oigo como Helena le habla con voz suave a María, solo oirla ya tranquiliza. Le toma la temperatura y la tensión a María y le comentan que está perfecta, luego oigo el corazón de la bebé y como Helena habla de lo bien que se oye a la niña. Después la matrona le propone a María reconocerla para ver si ha dilatado algún centímetro. María accede de buena gana. Tiene una contracción tumbada y esta parece ser muy dolorosa, la reconoce rápido y………………¡¡¡8 centímetros!!!. Guau, que subidón, todas estas horas no han sido para nada, claro que han servido, María ya está llegando a la meta, dos centímetros más y conocemos a Irene. María llora de alegría y comenta que no se lo puede creer.

Serán las 7 de la tarde, María vuelve a su pelota, Jose se queda con ella en la habitación, poniendole bolsas de agua caliente en los riñones cada vez que tiene una contracción. Helena, su hija y yo nos quedamos fuera, en el comedor, la hija de Helena va a la cocina a preparar algunas infusiones que pueden necesitar para los lavados de los días siguientes. Mientras Helena y yo vamos hablando, despacito.

De vez en cuando me acerco para rellenar la botella de agua y para sustituir a Jose con las bolsas y que pueda descansar un rato, cuando las bolsas se enfrían las vuelvo a llenar con agua bien caliente que es lo que más alivia a María en las contracciones.

Serán las 9 de la noche o poco más, María tiene contracciones muy jodidas, pero no llegan las ganas de empujar. Se queja de que le duele sobre todo en un lado de la barriga cuando tiene las contracciones y le habla y le pide a su hija en las contracciones que no empuje hacia esa zona, y le explica que el camino es hacia abajo.

Helena piensa que María lleva demasiadas horas en la pelota, que algo debe cambiar para que el expulsivo comience. Además lleva mucho rato sin ir al baño y que eso puede alargar el final del parto. Me pide que hable con María y le diga si quiere ir al baño o que utilicemos la cuña. Se lo comento y me dice que si, que hace rato que está pensando en ir al baño, pero que no lo hacía y que prefiere moverse hasta el baño que utilizar la cuña.

Jose la ayuda a levantarse y van al baño. Cuando vuelve, Helena le comenta que como la ve muy cansada, le vamos a preparar unos vahos de malva que ayudan a recuperar energía. María hija, se va a preparar la malva y mientras María sigue con sus contracciones y Helena y yo en el comedor. Cuando la malva está preparada, Helena le pide a María que se levante de la pelota y le pondremos la silla de partos para poderle poner los vahos debajo. Le ponemos la silla de partos y se acomoda en ella con los brazos y la cabeza apoyada en la silla de delante. Ella se quita el camisón y se pone una camiseta más corta para estar más cómoda y una vez acomodada, le ponemos unas toallas por encima para que los vahos sean más efectivos. Entre contracción y contracción respira esos vahos y cuando le viene una contracción se quita las toallas para pasar la contracción destapada y refrescarse. Pasa así unas cuantas contracciones y de pronto la cosa cambia.

Las contracciones pasan a ser bastante más fuertes y María grita en cada contracción de una forma diferente a como lo hacía antes, de forma mucho menos controlada. De pronto la oigo gritar un desgarrador “¡¡¡DIOOOOOOOS!!!” y recuerdo cuando María me contaba en su primer parto, que lo único que le salía gritar en el expulsivo era la palabra “dios”.

Salgo corriendo a por la cámara, me han pedido que si puedo y la ocasión lo permite, que grabe el expulsivo, así que ahora ese es mi cometido. Cojo la cámara y entro en la habitación. Me pongo a grabar y no se ve nada, porque todo está a oscuras. Bueno, no pasa nada, Helena lleva una linterna, así que enfoco hacia donde está la linterna y espero que en el gran momento se pueda ver algo.

Mientras, van llegando algunas contracciones más, no muchas, pero me impresionan por lo desgarradores que son los gritos de María. En estos momentos me alegro de llevar la cámara, el momento es demasiado intenso para vivirlo en directo, la cámara hace de filtro. Helena no deja de animar a María y de decirle lo bien que lo hace. Llega otra contracción, María grita otro de sus “¡¡¡DIOOOOOOOOSSSSS!!!” acompañado de un “¡¡¡NO PUEDO!!!”, a lo que Jose responde emocionado “Si que puedes María, ya está ahí”, entonces llega el último grito de María, de decibelios incalculables, en un grito largo, que va subiendo en intensidad y en agudeza, veo que la matrona la anima y se prepara para recibir a Irene, me emociono y las lágrimas amenazan con empezar a caer, tengo la cámara fija en la luz esperando grabar los primeros segundos de Irene y………………..¡¡¡YA ESTÁ AQUÍ!!!.

Irene llega dentro de un gran huevo transparente lleno de líquido (la bolsa ha salido intacta), que se rompe al caer en las manos de la matrona, que sabiamente y con una rapidez que sólo la experiencia puede justificar, saca a Irene de la bolsa, no llora, solo solloza y se oyen como moquitos que no la dejan respirar bien. Los gritos de María han cesado y de pronto de su boca solo salen frases dulces como “Irene, hija mía, cuanto nos ha costado” “Irene, Irene ya estás aquí” y le pregunta “¿Te acuerdas de esa canción que mamá le cantaba a Ruth mientras tu estabas en la barriga?” y María comienza a cantarle a su hija mientras esta ha llegado a sus brazos de manos de la matrona.

Las mucosidades siguen ahí dificultándole la respiración, yo ya hace rato que he soltado la cámara no se donde para poder ayudar a la hija de la matrona a encontrar todas las cosas que Helena nos pide y que son difíciles de encontrar en esa oscuridad. Helena ha pedido el aspirador, no lo encontramos, pero yo encuentro un sacamocos de esos que se usan últimamente con los bebés cuando están constipaditos. Se lo doy a la matrona y dice que con eso le vale. Aspira un poco a Irene y aunque parece que algo de mucosidades le ha quitado, no termina de respirar bien. En ningún momento me parece alarmante, porque Helena es todo tranquilidad y parece que la respiración se va acompasando según van pasando los minutos junto al pecho de la madre. Ahora solo queda la placenta, esperamos un poquito mientras Irene olisquea a su mami y se van reconociendo. Al ratito sale la placenta, y aquí viene la confusión graciosa. La matrona dice “María coge la placenta”, dirigiéndose a su hija, pero mi amiga se adelanta y en su subidón de oxitocina, planta la mano y coge la placenta. De pronto mi amiga tiene en una mano a su hija y en la otra la placenta, sin saber muy bien que hacer con esta última. María hija se da cuenta, coge la placenta y la mete en un bol que tenían preparado para esto. María sigue hablando y cantándole a su hija y de pronto esta, sin previo aviso “chup”, se coge a la teta de su mami, ante la sorpresa de esta, que no se lo esperaba, ya que su primera hija, aunque nacida también en casa, tardó varias horas en cogerse al pecho.

Helena revisa a María y aunque ha habido un poco de desgarro, decide no coserla, ya que ella es partidaria de no coser a las mamis y considera que los desgarros naturales cicatrizan bien solos y además dice que es una pena después de un parto, cuando mamá y bebé están en pleno enamoramiento, ponerse a coser a la madre, le parece romper un momento mágico con algo doloroso.

Son algo así como las 10 y media de la noche, es un buen momento para que Jose, María e Irene se metan en la cama y hagan nido en intimidad. Ayudamos a María a levantarse, y la acompañamos a la habitación, nos aseguramos que se meten a la cama de forma cómoda y cerramos la puerta. Helena, María y yo nos miramos y nos fundimos en un abrazo, yo rompo a llorar, han sido demasiadas emociones y necesito desbordarme un poco, ellas me cuidan y me arropan. Me siento tan bien entre los brazos de ellas, siento la fuerza de las mujeres, la fuerza del amor.

Ahora hay que ponerse las pilas, hay que preparar la cena para los papis y de eso me encargo yo, busco en el congelador, que ya María me había explicado que habían comprado cosas rápidas para hacer. Saco una bolsa de arroz tres delicias y una pizza, lo preparo todo y se lo llevo a la habitación. Mientras tanto Helena y María hija, han estado revisando antentamente la placenta. Les llevo también agua y María hija prepara unos zumos (de bote, no de placenta) para brindar por Irene. Brindamos con los papás en la cama y los dejamos que cenen tranquilamente.

Helena decide darse una ducha, lleva todo el día sin encontrarse demasiado bien y muy cansada (al día siguiente no pudo ni ir a trabajar pues estaba con un fuerte resfriado), así que María hija y yo nos dedicamos a poner orden en la casa para que al día siguiente no tengan que hacer nada los papás. La casa está como si hubiera pasado un huracán, almohadones por aquí, toallas por allá, mantas en el suelo, la cocina llena de cazuelas, velas por todas partes…., así que empezamos a recoger y en un rato está todo perfecto, ordenado y limpio para que todo sea más cómodo cuando se levanten al día siguiente. Ayudo a Helena y a su hija a bajar todas las cosas que habían traído días antes para el parto y de paso bajo las bolsas con la basura. Vuelvo a la casa, termino de fregar lo de la cena y me despido de los tres.

Son sobre las 12 de la noche, el fresquito de la calle me sienta de maravilla, vuelvo a casa caminando entre nubes, saboreando los momentos que acabo de vivir y maravillada del milagro de la vida.

Al día siguiente por la mañana, antes de irme al trabajo, les llevo unas lentejas que había preparado el día antes mientras esperaba a que me dieran noticias. María sigue en la cama con su bebita y está radiante. Me comentan que seguramente se irán por la tarde ya para casa, así que les digo que pasaré a medio día por si necesitan algo más y para despedirme. A medio día vuelvo y ya María me recibe en la puerta de la casa con su niña en brazos, la veo genial, anda y se sienta casi con total normalidad. María me pide que me quede con la niña mientras ella se da una ducha y Jose baja las cosas al coche para marcharse. Estoy un ratito con la niña durmiendo sobre mi pecho y es toda una delicia. Jose vuelve y María sale de la ducha, al rato me despido de ellos después de estar hablando y comentando anécdotas de lo vivido el día anterior.

Gracias Irene por regalarme una experiencia que nunca olvidaré. Gracias María y Jose por dejarme acompañaros en un momento tan importante y tan íntimo de vuestras vidas. Gracias Helena y María por enseñarme tanto de una forma tan sencilla y gracias por hacerme sentir tan bien a vuestro lado.

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